Efectos del ejercicio aeróbico sobre la fatiga asociada al cáncer

Wang T, Deng J, Li W, Zhang Q, Yan H, Liu Y. The effects of aerobic exercise in patients with cancer-related fatigue: A systematic review and meta-analysis. PLoS One. 2025 Jun 9;20(6):e0325100. doi: 10.1371/journal.pone.0325100.
El cáncer afecta cada año a más de 10 millones de personas, y gracias a los avances terapéuticos, muchos pacientes logran sobrevivir más tiempo. Sin embargo, una consecuencia muy frecuente y debilitante del tratamiento es la fatiga relacionada con el cáncer (CRF). Esta fatiga no mejora con el descanso, es desproporcionada al esfuerzo realizado, y afecta tanto al funcionamiento físico como emocional y cognitivo del paciente.
La CRF limita la capacidad funcional, reduce la calidad de vida y puede dificultar la reintegración social. Además, se ha propuesto como un posible marcador pronóstico. Entre los factores que la agravan se encuentran el desequilibrio energético, la disminución en la síntesis muscular y la baja tolerancia al ejercicio. La fatiga puede estar influenciada también por alteraciones hormonales, inflamatorias y del sistema nervioso central.
El ejercicio aeróbico (EA), definido como actividad física rítmica, continua y que involucra grandes grupos musculares, puede ser una herramienta eficaz para mitigar la CRF. Este tipo de ejercicio incluye actividades como caminar, correr, nadar, yoga o tai chi. Se sabe que el EA mejora la función física y cardiovascular, regula el ritmo circadiano del cortisol, reduce marcadores inflamatorios (como la IL-6), aumenta la secreción de mioquinas y mejora la función cerebral a través del incremento de factores neurotróficos como el BDNF. También modula neurotransmisores relacionados con la percepción de energía y fatiga (dopamina y noradrenalina).
Diversos estudios han demostrado que el ejercicio físico es la intervención no farmacológica más investigada y eficaz para tratar la CRF. Aunque también se han explorado otras modalidades como el entrenamiento de fuerza, yoga o qigong, el ejercicio aeróbico parece tener un mayor impacto. Por ejemplo, un estudio con yoga en mujeres con cáncer de mama mostró una reducción significativa de la CRF en comparación con un grupo en lista de espera.
El objetivo de esta revisión sistemática y metaanálisis fue analizar de manera rigurosa los efectos del ejercicio aeróbico sobre la CRF, incorporando nuevos estudios y realizando análisis por subgrupos para identificar qué características (duración, frecuencia, intensidad) de los programas de ejercicio son más efectivas.
Este metaanálisis incluyó 19 estudios con 1155 participantes y mostró que el ejercicio aeróbico reduce de manera significativa la fatiga relacionada con el cáncer (SMD = -0.76). Sin embargo, hubo una alta heterogeneidad entre los estudios (I² = 94%), lo que indica variabilidad en la magnitud del efecto según las características de las intervenciones y los pacientes.
Los estudios que emplearon instrumentos específicos para medir la fatiga (como el MFI, MFSI o CFS) reflejaron una reducción significativa de los síntomas tras el ejercicio. En cambio, aquellos que utilizaron herramientas más generales de calidad de vida (como FACT o FACIT) no detectaron efectos tan marcados. Esto sugiere que los instrumentos diseñados específicamente para la CRF son más sensibles para capturar los beneficios del ejercicio.
Uno de los hallazgos clave fue que los programas de ejercicio con una duración de al menos 12 semanas, realizados 3 veces por semana o menos, y con sesiones de 60 minutos o más, fueron los más efectivos para reducir la CRF. Por el contrario, las intervenciones más cortas (<8 semanas) o más frecuentes (>3 veces por semana) no mostraron beneficios estadísticamente significativos. Tampoco se observó una superioridad clara del ejercicio de alta intensidad frente al moderado.
En relación con el tipo de grupo control, el ejercicio aeróbico fue significativamente más eficaz cuando se comparó con cuidados habituales (UC), pero no mostró diferencias importantes frente a grupos en lista de espera o placebo activo. Esto respalda la idea de que el tipo de control influye en la magnitud del efecto observado: los cuidados habituales suelen carecer de intervenciones estructuradas, por lo que el EA destaca más; en cambio, los grupos placebo activos (por ejemplo, técnicas de relajación) también tienen beneficios terapéuticos que pueden enmascarar los efectos específicos del ejercicio.
Además, se destacó que el efecto positivo del EA sobre la CRF se alinea con otros beneficios bien documentados del ejercicio en pacientes con cáncer, como mejoras en la función pulmonar, cardiovascular, autoestima y salud emocional. Estudios previos ya habían demostrado que caminar, practicar yoga o realizar tai chi durante al menos 12 semanas reduce significativamente la fatiga.
La frecuencia óptima observada fue de 2 a 3 sesiones por semana. Más allá de esta frecuencia, los beneficios no fueron mayores e incluso podrían verse reducidos, posiblemente por un exceso de carga física en pacientes debilitados por la enfermedad o el tratamiento. En cuanto a la duración por sesión, se observó que sesiones de al menos 60 minutos eran más efectivas. Esto contradice la creencia de que “menos es más” y refuerza la necesidad de prescripciones bien estructuradas.
Finalmente, los autores recomiendan estandarizar los instrumentos de evaluación de la fatiga, ya que la heterogeneidad metodológica en los estudios incluidos limitó la comparabilidad de los resultados. Asimismo, advierten que, aunque los resultados son prometedores, deben interpretarse con precaución debido al número relativamente limitado de estudios y a la naturaleza subjetiva de muchas de las mediciones utilizadas.
Conclusiones
Este estudio confirma que el ejercicio aeróbico es una intervención efectiva para reducir la fatiga relacionada con el cáncer, especialmente si se realiza durante al menos 12 semanas, tres veces por semana o menos, y con sesiones de 60 minutos o más. Estos hallazgos tienen implicaciones clínicas relevantes, ya que el EA es una estrategia de bajo coste, accesible y sin efectos secundarios, que puede integrarse en los planes terapéuticos de pacientes oncológicos.
No obstante, los autores insisten en que se requieren más estudios con mayor rigor metodológico, con medidas objetivas y estandarizadas, y que analicen con más detalle las características óptimas del ejercicio en distintos tipos de cáncer y fases del tratamiento.
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