Estrategias cardioprotectoras en evolución en cardio-oncología

El avance en el diagnóstico precoz y en los tratamientos del cáncer ha conseguido que cada vez más personas sobrevivan a la enfermedad. Sin embargo, esto ha traído consigo un nuevo problema: la disfunción cardíaca relacionada con la terapia oncológica (CTRCD). Este término engloba desde efectos agudos, como la isquemia, la miocarditis o las arritmias, hasta consecuencias a largo plazo, como la insuficiencia cardíaca crónica. La cardio-oncología surge, precisamente, para afrontar el reto de equilibrar la eficacia de los tratamientos contra el cáncer con la protección del corazón.
Numerosos fármacos —antraciclinas, terapias dirigidas contra HER2, inhibidores de VEGF, radioterapia torácica o inmunoterapias— han demostrado causar daño cardíaco. El problema se acentúa en pacientes con factores de riesgo previos como hipertensión, diabetes, tabaquismo, dislipemia o enfermedad cardiovascular establecida. En este contexto, identificar a los pacientes más vulnerables y diseñar estrategias de prevención se convierte en un paso clave de la atención integral.
Estratificación del riesgo
Antes de iniciar cualquier tratamiento potencialmente cardiotóxico, las guías recomiendan una valoración cardiovascular basal. Esto incluye la historia clínica detallada, el ECG, pruebas de imagen —principalmente ecocardiograma con análisis de strain— y, en algunos casos, biomarcadores. Aunque esto es fundamental, los algoritmos de riesgo cardiovascular clásicos tienden a infravalorar el peligro en población oncológica porque no contemplan variables específicas del cáncer ni de sus tratamientos.
Para solventar este problema, se han creado herramientas específicas. Entre ellas, el HFA-ICOS score es de las más destacadas, capaz de predecir riesgo con buena sensibilidad en pacientes tratados con antraciclinas o terapias HER2. Otros modelos, como el CHEMO-RADIAT para cáncer de mama o el CARE-BMT en trasplantes hematopoyéticos, han mostrado utilidad en la práctica clínica. Pese a sus limitaciones —pues la mayoría se han validado en poblaciones concretas y no en todos los tipos de cáncer—, suponen un paso adelante para seleccionar a quienes más se benefician de medidas de protección cardíaca.
Estrategias farmacológicas
Una de las aproximaciones más estudiadas ha sido el bloqueo neurohormonal, que incluye betabloqueantes, inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (IECA), antagonistas de receptores de angiotensina II (ARA-II) o incluso los inhibidores de neprilisina (ARNI). Los resultados han sido variables. Por ejemplo, el ensayo CECCY con carvedilol en mujeres con cáncer de mama no logró prevenir la caída de la fracción de eyección, aunque sí redujo el aumento de troponinas. Otros como OVERCOME o SAFE sí observaron cierta preservación de la función ventricular con combinaciones de carvedilol y enalapril, o con bisoprolol y ramipril. El estudio SARAH, más reciente, mostró que sacubitrilo/valsartán protegía mejor frente al deterioro del strain longitudinal en pacientes de alto riesgo.
En resumen, parece que estos fármacos no ofrecen beneficios claros en poblaciones de bajo riesgo, pero podrían ser útiles en pacientes con mayor vulnerabilidad o en los que ya presentan marcadores tempranos de lesión cardíaca.
Los antagonistas de los receptores de mineralocorticoides, como la espironolactona, también han mostrado indicios de cardioprotección en pacientes tratados con antraciclinas, aunque los estudios son pequeños. Por su parte, los inhibidores de SGLT2, ampliamente utilizados en insuficiencia cardíaca y diabetes, están empezando a mostrar beneficios en la reducción de hospitalizaciones y mortalidad en pacientes oncológicos, aunque la evidencia proviene sobre todo de estudios retrospectivos.
Las estatinas se han explorado por su capacidad antioxidante y antiinflamatoria. Mientras ensayos como PREVENT y SPARE-HF fueron neutrales, el STOP-CA sí encontró un beneficio significativo en la reducción de la caída de la fracción de eyección en pacientes con linfoma tratados con antraciclinas. Esto sugiere que podrían ser útiles en determinados subgrupos, especialmente cuando las dosis acumuladas de quimioterapia son elevadas.
Estrategias no farmacológicas
Aquí entran en juego factores más cotidianos pero igual de determinantes: el ejercicio, la dieta y el abandono del tabaco.
El ejercicio físico supervisado durante o después de la quimioterapia ha demostrado mejorar el consumo máximo de oxígeno y, en algunos estudios, atenuar el deterioro de la función ventricular. Ensayos como BREXIT o ONCORE en mujeres con cáncer de mama tratados con antraciclinas han mostrado que los programas de entrenamiento aeróbico y de fuerza son seguros y pueden mantener mejor la capacidad funcional. De hecho, la American Heart Association ha propuesto el concepto de rehabilitación cardio-oncológica, similar a la rehabilitación cardíaca tradicional, pero adaptada a pacientes con cáncer. Incluso se está investigando la prehabilitación, es decir, mejorar la condición física antes de iniciar la quimioterapia para proteger el corazón a largo plazo.
En cuanto a la nutrición, los estudios sugieren que patrones alimentarios como la dieta mediterránea o el modelo DASH reducen la mortalidad cardiovascular y global en supervivientes de cáncer, especialmente en mama y colon. La calidad global de la dieta —rica en frutas, verduras, cereales integrales, proteínas magras y grasas saludables— se asocia con menor riesgo de recurrencia y complicaciones cardiovasculares.
El tabaquismo merece un apartado propio: dejar de fumar tras un diagnóstico de cáncer puede marcar la diferencia. Se ha demostrado que los pacientes que siguen fumando tienen hasta un 70–80% más de riesgo de morir por causas cardiovasculares o generales. Incluso la reducción del consumo, aunque no se consiga la abstinencia completa, tiene beneficios medibles.
Salud digital e inteligencia artificial
El auge de los dispositivos portátiles y las aplicaciones móviles está llegando también a la cardio-oncología. Los wearables permiten monitorizar en tiempo real frecuencia cardíaca, actividad física o incluso la aparición de arritmias. El estudio CAPRICE mostró que el simple uso de una pulsera de actividad era tan eficaz como el entrenamiento supervisado para reducir cardiotoxicidad.
Además, la inteligencia artificial aplicada al electrocardiograma ha mostrado una gran precisión para detectar de manera precoz la disfunción ventricular. Se están desarrollando modelos de machine learning que combinan variables clínicas, de imagen y biomarcadores para personalizar el riesgo cardiovascular en diferentes tipos de cáncer, con mejores resultados que las escalas convencionales.
Estrategias oncológicas de cardioprotección
La prevención no depende solo de cardiólogos y fisioterapeutas, también de los propios oncólogos. Existen varias formas de reducir el impacto cardíaco de los tratamientos:
- Limitar la dosis acumulada de antraciclinas: el riesgo de miocardiopatía aumenta significativamente por encima de 450–550 mg/m².
- Cambiar la forma de administración: pasar de bolos a infusiones continuas reduce los picos de toxicidad.
- Usar formulaciones liposomales de doxorrubicina, que limitan la exposición directa del miocardio.
- Añadir dexrazoxano, un agente que reduce el estrés oxidativo y ha demostrado prevenir insuficiencia cardíaca sin interferir con la eficacia antitumoral.
Radioterapia y cardioprotección
La radioterapia mediastínica sigue siendo un riesgo importante, especialmente en linfomas, mama izquierda y cáncer de pulmón. Cada Gy adicional recibido por el corazón aumenta un 7,4% el riesgo de eventos coronarios. Por suerte, las técnicas modernas han reducido considerablemente las dosis cardíacas. Estrategias como la inspiración profunda sostenida, el decúbito prono o la protonterapia permiten alejar el corazón del campo de radiación y disminuir la exposición.
Se ha explorado también el papel de las estatinas como cardioprotección en radioterapia, con resultados prometedores pero aún preliminares.
Conclusiones
La disfunción cardíaca asociada a tratamientos oncológicos es una complicación cada vez más frecuente y relevante, que impacta directamente en la calidad de vida y supervivencia de los pacientes. Aunque se han ensayado múltiples estrategias farmacológicas y no farmacológicas, los resultados son heterogéneos y todavía no existe un consenso definitivo sobre cuál es la mejor forma de proteger al corazón en este contexto.
El futuro pasa por una medicina de precisión, donde se combine una correcta estratificación del riesgo (apoyada en biomarcadores, imagen avanzada e inteligencia artificial) con medidas personalizadas que integren fármacos, cambios de estilo de vida y ajustes en las propias terapias oncológicas. La colaboración estrecha entre oncólogos, cardiólogos, fisioterapeutas y otros profesionales será clave para ofrecer a cada paciente el tratamiento más eficaz contra el cáncer con el menor coste cardiovascular posible.
Acceso libre al artículo original en: https://www.fisiologiadelejercicio.com/wp-content/uploads/2025/09/Evolving-Cardioprotective-Strategies-in-Cardio-Oncology.pdf
Referencia completa:
Wadden E, Chandrasekhar S, Jordan T, Diaz A, Alhama-Belotto M, Andrikopoulou E, Leedy D, Vasbinder A, Cheng RK. Evolving Cardioprotective Strategies in Cardio-Oncology: A Narrative Review. Curr Cardiol Rep. 2025 Sep 9;27(1):131. doi: 10.1007/s11886-025-02283-y.