Acaba de estrenarse en streaming el último drama del guionista de ‘Taxi Driver’, retomando contacto con la estrella de una de sus mejores películas
Demasiado extraño para formar parte de la pandilla de los “movie brats” que configuraron el Nuevo Hollywood, pero definitivamente uno de los nombres de referencia de su generación. Fuese como guionista o de autor total, Paul Schrader forjó su personalidad haciendo los retratos de personajes más complejos e interesantes del cine americano.
Lo ha hecho, eso sí, con bastantes irregularidades. De hacer películas seminales o populares como ‘Taxi Driver’ o ‘American Gigoló’ a varios intentos de pasada de frenada que el tiempo ha dejado prácticamente en el olvido. Ahora había vivido un interesante renacer con una trilogía de hombres torturados volcando sus pensamientos en un diario en una habitación oscura, pero ahora ha decidido elaborar otra disertación con ‘Oh Canada’.
Una cámara y una confesión
Schrader se reúne con Richard Gere, la estrella de ‘American Gigolo’, para una indagación de las huellas del pasado y el arte como vía para desbloquear tanto recuerdos como errores del mundo. Sumando a Jacob Elordi y a Uma Thurman al reparto, la película ya se puede ver en streaming a través de Movistar+.
El aclamado documentalista Leonard Fife se ha ganado la admiración y el aplauso del gremio por sus incisivas obras que destapaban las pruebas secretas del ejército estadounidense o casos de pederastia dentro de la Iglesia católica. Ahora, enfermo y con la muerte más cerca que nunca, accede a una entrevista que repase sus logros y su vida que va a servirle como excusa para explorar su pasado.
Porque la realidad es que la conversación es una excusa para realizar un último acto de confesión delante de su esposa. A través de saltos en el tiempo, donde vemos a Elordi interpretando la versión joven del personaje, observamos los actos más deshonestos realizados por un hombre que su entorno considera celebrable.
‘Oh Canada’: enturbiado en el pasado
Schrader busca indagar en la compleja psique a través de una también complicada relación con el arte, haciendo que bordee el propio ejercicio confesional del autor a través de la obra de otro (en este caso, la adaptación de una obra de su cercano y difunto amigo Russell Banks). Es una desviación con respecto a su trilogía reciente que habría sido de lo más interesante, pero acaba algo mareada en sus ambiciones.
Los saltos temporales y las modificaciones formales son muy vistosos, pero enturbian demasiado el potencial del relato. No consigue ser un reflejo de la nublada perspectiva de su protagonista, o de las complicaciones de indagar en el pasado propio, sino que resultan un tropiezo narrativo que complica tanto interesarse por el personaje como por indagar en ideas que nunca desarrolla del todo.
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