El 2026 será el Mundial de los desconocidos

Ya no es París, Nueva York, Londres o Madrid.
Ahora el fútbol habla de destinos desconocidos, de ciudades y países a los que, probablemente, usted no viajaría a no ser que sea tan fanático del fútbol que quisiera conocer a aquellas selecciones que en pocos meses disfrutarán del Mundial de 2026, luego de rodar, estación por estación, hasta llegar al magno objetivo.
Visitar Jordania, Uzbekistán y Cabo Verde debe ser, cuando menos, una rareza. Estar allá, en sus ciudades, debe ser como lo que decía Miguel de Unamuno en “Niebla”, uno de sus libros de más renombre: “Uno no va a un lugar, sino que huye de aquel de donde viene”. Emprender tal viaje, además, implica casi como darle media vuelta al planeta al recorrer miles de kilómetros, porque habrá que llegar al Medio Oriente, a Asia Central y al archipiélago africano.
Pues bien: los tres países nombrados aparecerán por vez primera en un Mundial de Fútbol, y serán por tal circunstancia una atracción especial. Ver a los jordanos, uzbekos y caboverdianos avanzar con la pelota adherida a sus pies seguramente será casi un acontecimiento para no olvidar. Y cómo habrá de ser el jolgorio, el lanzamiento de cohetes en sus capitales, Amán para Jordania, Taskent en Uzbekistán y Praia en Cabo Verde, con cada gol de sus coterráneos. Ahí se volverá a ver al fútbol como fiesta de pueblos, como símbolos nacionales y regionalismos únicos de cada región.
Verlos a ellos entrar a las canchas de Estados Unidos, México y Canadá se reflejará de inmediato en Venezuela, en una mixtura de rabia y melancolía, por la no presencia de la Vinotinto en aquellos campos universales. Será el espejo roto de una frustración, el derrame del vino de lo imposible, la perdida simultánea de risas y mala leche. Ah, Vinotinto, por qué no estás ahí, cuánta falta hace…
El viernes 5 de diciembre, a la una la tarde hora de Venezuela y en el Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas de Washington, se conocerá el destino de las 48 selecciones mundialistas. Entonces la ausencia suplantará al dolor en los corazones del país, porque ¿qué se le va a hacer?, ¿valdrá la pena volver a llorar por lo no alcanzado? La emoción no sería la misma si el nombre de la Vinotinto estuviera en juego; sin ella no habrá excitación en las pieles de todo el país. Imaginemos: comienza el sorteo, selección por selección, hasta que el animador anuncia: “Grupo H, Portugal, Marruecos, Japón, Venezuela”.
Los nuevos habitantes del planeta Mundial se entreveran en las bolas de la fortuna. Ha querido el dios del azar ver a Jordania, Uzbekistán y Cabo Verde ante rivales poderosos, resabiados, corridos en estas lides y de pelo en pecho. Van por el batacazo, por lo inesperado, por empeñarse en poner el mundo al revés.
Que uno de ellos gane un partido será el fin de una historia, el comienzo impensado de la nueva era. El gol del siglo XXI.
Al fin, África y los zaireños
Cuando Zaire llegó a la entonces Alemania Federal para jugar el Mundial de 1974 la gente quería tener contacto con sus jugadores, pues a diferencia de la actualidad, no era común mirar en sus ciudades gentes de piel oscura.
En realidad había sido Egipto la primera selección africana en disputar la Copa del Mundo, la de 1934, pero fueron los zaireños los pioneros de la llamada África negra. No les fue de lo mejor: perdieron sus tres partidos ante Yugoslavia, Escocia y Brasil. Meses después y en ese mismo año, su capital, Kinshasa, fue escenario del combate en el que Muhammad Ali recuperó ante George Foreman el título de campeón mundial.
Hoy ya no existe el nombre de Zaire en el mapa mundi: ahora el país se llama República Democrática del Congo, aquel en el que Tarzán, el personaje ficticio creado en el Reino Unido, vivió en la selva congolesa.