octubre 28, 2025

He visto ‘Edén’ de Ron Howard. Dos días después sigo sin comprenderla entre el desconcierto y la fascinación más malsana

Siempre defenderé la idea de que lo mejor que podemos hacer a la hora de enfrentarnos a un largometraje es hacerlo a ciegas. Sin tráilers, historias sobre su proceso de producción, o sin tan siquiera conocimiento sobre su equipo responsable, las reacciones que se pueden obtener de un visionado sin ningún tipo de sesgo ni expectativas previas tienden a ser las más auténticas y viscerales, tanto para bien como para mal.

Hace un par de días tuve el —me arriesgaría a decir que— privilegio de poder enfrentarme a una situación así no sé si gracias o por culpa de ‘Edén’. Desde que se anunció el proyecto en 2022 y comenzó a tener sus vaivenes de preproducción durante las huelgas de los sindicatos de 2023, le había perdido la pista por completo, y terminó llegando a mis retinas dentro de un plan improvisado.

No entiendo nada

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A priori, la cosa no pintaba mal en absoluto: número 3 con lo más visto de Prime Video —lo cual, por otro lado, no debería ser sinónimo de nada—, un reparto con nombres de la talla de Jude Law, Vanessa Kirby, Daniel Brühl, Syndey Sweeney y Ana de Armas… No obstante, la toma de contacto durante un primer acto atropelladísimo en el que, tras una breve aportación de contexto a base de texto, una familia llega a una isla, hizo sonar unas cuantas alarmas.

Durante los primeros minutos de la cinta puede entreverse cierta causalidad que, en el fondo, no parece el verdadero motor del relato, dejando este trabajo a una sucesión de hechos incesante —y no por ello menos reiterativa— que incluye un goteo de personajes tan excéntricos, inestables y, por qué no decirlo, insoportables como un tono que empieza a plantearme serias dudas.

¿Es ‘Edén’ una sátira? ¿Es un thriller con aspiraciones a incomodar mediante los mecanismos más imprevisibles y grotescos pero incapaz de inclinar la balanza claramente hacia un lado y hacer una puesta firme? ¿Su segunda mitad conducirá a una inevitable explosión de violencia o, por el contrario, se entregará a lo carnal en un juego psicosexual entre los isleños o continuará bombardeando con su retórica a base de diálogos artificiosos y rimbombantes?

No ayudó, ni mucho menos, a encontrar respuesta a estas incógnitas, la sensación de que todos los intérpretes estaban dejados de la mano de Dios —o del realizador— entre registros inamovibles y rostros invariables— y el aparente abrazo a un absurdo que dominó varias de sus escenas más impactantes —tremendo el parto exprés presenciado por perros salvajes—. Y entonces, cuando ‘Edén’ alcanzó su mid point, tras numerosos gestos de estupefacción por mi parte y cuando el segundo bloque de anuncios hizo acto de presencia, llegó la revelación.

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¡¿Que el director es quién?!

Edennewthumb
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Puede que, impulsado por la necesidad de llegar a algún tipo de conclusión anticipada, acudí automáticamente a la siempre socorrida IMDb y busqué el título del filme para descubrir que su máximo responsable era nada más y menos que Ron Howard —sí, el cineasta que demostró lo bien que se le dan los marcos insulares en su soberbia ‘Náufrago’ protagonizad por Tom Hanks— y que, rizando el rizo, la banda sonora —que pasó totalmente desapercibida hasta entonces— estaba firmada por el mismísimo Hans Zimmer.

A partir de ese momento, con el cerebro afectado por una información difícil de procesar, mi incomprensión fue en aumento al, por ejemplo, ver cómo una conversación entre cinco personajes sentados en torno a una mesa estaba resuelta de un modo impropio de alguien como Howard, decisiones de montaje controvertidas, con malabares extrañísimos con el eje de miradas, incluidas. Pero, al mismo tiempo, comencé a ver la mano de un autor con ganas de jugar a un juego cuya dinámica sigo sin entender.

Y es que esta suerte de adaptación apócrifa de ‘El señor de las moscas’, basada en una historia real ocurrida en el archipiélago de las Galápagos en 1932 y que ha terminado enterrada en el fondo de catálogo de una plataforma de streaming tras un estreno en Alemania —¿?— valorado en 825 041 euros y un debut en Estados Unidos y Canadá en el que sumó cerca de 1 millón de dólares en más de 650 pantallas, sin entrar en juicios de valor, tiene una de las digestiones más complejas que he experimentado en una larga temporada. 

Pese a todo, lejos de defenestrar su visionado, no puedo hacer más que celebrar la existencia de experimentos —por no tildarlos de locuras— de este calado, capaces de hacerte reaccionar con una crudeza y autenticidad al alcance de muy pocas obras. Aunque sea desde el más profundo desconcierto y de una malsana fascinación.

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