‘Los Domingos’ (2025), crítica | Inabarcable, polémica y fabulosa. Una maravilla que cimenta a Alauda Ruiz de Azúa como la voz más definitoria de su generación
Las monjas siempre han fascinado al cine. Ya sea entregadas al fervor religioso (‘La canción de Bernadette’, ‘Dominique’), dedicadas al terror (‘La monja’, ‘Immaculate’) o rompiendo todos los esquemas psicosexuales (‘Benedetta’, ‘Los demonios’), pocas cosas resultan más icónicas que un hábito, un cilicio y los votos de castidad y silencio.
Para la mayoría de nosotros, ese nivel de fe es inconcebible: la extrañeza exacerbada por la vida monacal llevó a un género en sí mismo (la nunsploitation) y ha inspirado a Alauda Ruiz de Azúa a rodar la obra definitiva sobre la vocación religiosa en el siglo XXI entre la incomprensión, la devoción y la familia moderna que interpela directamente al espectador. El resultado está a la vista: una auténtica maravilla.
Te rogamos, óyenos
Reconozco que fui con ciertos prejuicios a ‘Los Domingos’, con el cinismo desbordante y la ceja levantada, creyendo que la directora, hasta ahora con una trayectoria intachable (‘Cinco lobitos’ y ‘Querer’ son una carta de presentación que ya querría cualquiera), caería en el error de hacer la cinta poco sutil y caería en una tibieza tristemente habitual en el cine español reciente. Sin embargo, Ruiz de Azúa hace el truco de magia más fascinante del año, convirtiendo a todos los personajes, incluyendo el que lleva su propio discurso (y el de la mayoría del público) en un amasijo de contrariedades y grises que distan todo lo posible de dar una moraleja clara al espectador.
Una vez más, quizá de manera más dolorosa que en ninguna de sus obras anteriores, la directora pone el foco en una familia destruida por el dolor y en las opiniones de unos y otros, siempre creyendo tener la razón: un continuo ulular de dimes y diretes, hijos predilectos y discursos desbocados que convierten a la razón en villanía y la fe en simple cura chamánica. ‘Los Domingos’ pone sobre la mesa dos maneras distintas de ver la vida, y las enfrenta dejando claro cuál es la postura de su autora, pero también que esa no es necesariamente la posición correcta en esta diatriba. Da la impresión, de hecho, de que todo el guion es, realmente, un ejercicio de autodescubrimiento y autocrítica por parte de Ruiz de Azúa tan desnudo como sutil, delicado y apasionante, en un crescendo cuidado hasta la perfección.
Ainara se vuelca en la fe como única manera de paliar un dolor que sobrevuela la película pero rara vez se especifica, escucha a Dios como mecanismo de defensa ante una vida marcada por la culpa cristiana (ojo a esa reacción del padre ante la mera posibilidad de despertar sus instintos sexuales) y todas sus dudas se ven respondidas en el monasterio exactamente como quiere: con soluciones fáciles a problemas complejos.
Lo que nos deja pegados a la pantalla no es la decisión de ser monja de la adolescente, sino la reacción de todos los que tiene a su alrededor, que rellenan todos los huecos del espectro que os podáis imaginar, desde la voz de la razón a la que pierden las formas y la insistencia hasta el apesadumbrado conformismo de quien ya no tiene fuerzas para nada más en la vida. No hay verdades de pleno, no hay buenos, no hay malos: solo opiniones, rabia y frustración. A veces eso es todo lo que queda cuando la humareda se disipa.
Y con tu espíritu
Aunque lo pueda parecer, ‘Los Domingos’ no es una película sobre Ainara y su deseo de convertirse en monja de clausura, sino sobre su tía, Maite, una mujer cabal que se torna incapaz de aceptar una realidad que tiene a la puerta de su casa, viéndose obligada a mentir, insistir y desesperarse por demostrar que su opinión es la más razonable. La villana a su pesar de una historia donde se ve a sí misma como la única heroína ante la perspectiva de un padre estricto pero pasivo y una familia que, a estas alturas, solo se ve capacitada para aceptar un golpe más del destino con obligada impasibilidad.
La directora no solo ha realizado uno de los mejores guiones del año (si no el mejor hasta la fecha), sino que lo ha acompañado con una estelar madurez tras la cámara, mostrando los interiores del convento y la iglesia entre el ostracismo, la naturaleza y la devoción icónica. De hecho, su soberbia escena final es el momento más terrorífico del año, precisamente porque, dejando que cada cual saque sus propias conclusiones, está rodada sin piruetas, tan sobria en lo técnico como espectacular en la planificación. ‘Los Domingos’ nos deja repletos de dudas y debates interiores, y es imposible no conversar sobre ella, al igual que esa familia desestructurada, al salir de verla. Solo las grandes obras lo consiguen.
Es difícil hacer una película que no suene a reproche, a panfleto, a división, a conformismo ni a centrismo cuando habla encontrar alivio al dolor en la fe, luchar por tus ideales aunque eso suponga ponerte en contra a todo el mundo, utilizar el sexo como motor de todo lo bueno y todo lo malo, la culpa católica como elemento redentor, la soledad y la muerte como llamadas a coger los hábitos. ‘Los Domingos’ no solo es polémica por la mera polémica: está abierta a interpretaciones y resulta inabarcable en su cantidad de escenas perspicaces y al mismo tiempo. alambicadas. La guerra interna de Ainara al enterarse de la traición de su tía, la tristeza de su padre al aceptar el destino, el monólogo final de Maite en off, la complejísima relación, prácticamente impenetrable, entre el núcleo de una familia que empieza en ruinas, y no es capaz de edificar nada a partir de allí. Ni siquiera el más básico de los entendimientos.
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