Ancelotti “fala” portugués y “gosta da praia”

Una de las razones por las que Carlo Ancelotti ha fijado su mirada en el mapa de Brasil, debe estar en que ni en su Reggiolo natal ni en el Madrid de sus éxitos clamorosos se divisa en incontables kilómetros arena de playa.
En Río de Janeir sí. Basta con echar una ojeada desde el avión para admirar, y comenzar a amar, el ardor de Copacabana, la sutileza de Ipanema, el charm de Leblon. Claro que estas son razones menores, pero en algo ha de haber influido en el entrenador italiano para tomar su trascendental decisión.
Cómo sería el desespero en el inmenso país del Amazonas para atreverse a romper la virginidad de su orgulloso fútbol. Mire que procurar a un extranjero, y además, de un país que tradicionalmente ha sido un serio adversario de Brasil en los campeonatos mundiales (en Italia no olvidan la humillación de la final de México 70, Pelé, Jairzinho, Gerson, Tostao…). Pero bueno, los tiempos cambiar y se mueven nuevas fuentes en los campos del mundo. Dejar al Real Madrid para dirigir al Barcelona sería la excomunión; cambiar al equipo de la capital española por Brasil, sería morir.
Pero, así andan las cosas. Ver a Ancelotti en el Maracaná será una rareza, un elefante encerrado en una jaula de pájaros. Todo ahí va a ser extraño, inédito, aunque lo que de verdad está por verse, más allá de la comparación paquidérmica en el encierro de aves, estará en la adaptación del hombre a la vida carioca. Un jugadores brasileño no es como los europeos; mientras estos son rectos, disciplinados, al “garoto” le encanta salir de noche, ir con los amigos, rumbear en las favelas y faltar a uno que otro entrenamiento, para el domingo ponerse en short y maravillar con sus trucos de magia.
Recordemos a Adriano, a quien llamaban por su calidad y grandeza, “El Emperador”. Adriano se perdía en sambas y “cavaquinhas”, en fiestas con los amigos de infancia y bailes de amanecidas, y llegaba al campo para destrozar, en jornadas delirantes, a los frustrados zagueros adversarios.
Ese será el panorama que Ancelotti, primer director técnico extranjero en aquel país, conseguirá en Río, aunque cuidado, cuidado, porque también tendrá que encarcelar sus miradas y sus ganas cada vez que caminar por la avenida Atlántica vea pasar a su lado, cimbreante y retadora, a una de las “mulatas que no aparecen en el mapa”: cabellos largos, ojos verdes, piernas torneadas y morenas como robles pulidos.
Carlo Ancelotti podrá ser el resorte que haga saltar al fútbol brasileño, tan disminuido en resultados en los tiempos recientes. Es sabio, conoce el juego como pocos, y si es capaz de adaptarse al contexto de un nuevo país, si se entroniza en una sociedad de una cultura tan diferente a la suya, podrá triunfar. Y entonces la gente, henchida de nacionalismo y por las calles del original país, podrá volver a gritar “Aló, Brasil, o maior futebol do mundo”.
Primer extranjero “al frente”
Sucedió en 1965. Nelson Filpo Núñez, por entonces entrenador del Palmeiras, fue designado para dirigir en un partido amistoso ante Uruguay. El “Verdao”, como es conocido por el color de su camiseta el equipo fundado por italianos, fue elegido como un premio otorgado por su campaña en la liga paulista para representar a Brasil, y por eso las páginas historiales dicen que el hombre, natural de Argentina pero con residencia en Sao Paulo, estuvo al comando a la selección auriverde.
En realidad fue al Palmeiras, y por eso su aparición en el puesto de mando con el equipo nacional es visto más como una anécdota de la época que como un registro valedero.
Núñez es recordado por los aficionados brasileños de antigua data por sus poses excéntricas, por su manera de dirigir, a veces con gritos y otras abrazando a sus jugadores.
Vaya director técnico.