mayo 24, 2025

Ejercicio y supervivencia en pacientes oncológicos

La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) estimó que en 2022 hubo 20 millones de casos nuevos y 9,7 millones de muertes por cáncer en todo el mundo. Se prevé que esta cifra aumente en un 77% para 2050. La mayoría de los diagnósticos se dan en adultos mayores, ya que el cáncer es, en esencia, una enfermedad asociada al envejecimiento. Mecanismos como la inflamación crónica, la senescencia celular, la disfunción mitocondrial y la inestabilidad genómica, vinculados tanto al envejecimiento como al cáncer, representan posibles dianas terapéuticas.

Numerosos estudios han evidenciado que la actividad física regular puede influir positivamente en estos mecanismos. Entre sus efectos destacan la reducción de la inflamación sistémica, la mejora de la función mitocondrial, el mantenimiento de la estabilidad genómica, la reducción del estrés oxidativo y la mejora de la vigilancia inmune. Estas acciones pueden interferir con el desarrollo y la progresión tumoral, lo cual podría traducirse en una mejor supervivencia tras el diagnóstico.

Sin embargo, hasta la fecha, no existía una síntesis global y sistemática que analizara los efectos de la actividad física posterior al diagnóstico de cáncer en varios tipos tumorales al mismo tiempo. Este vacío llevó a los autores a realizar un metaanálisis amplio sobre cinco de los cánceres más prevalentes: mama, pulmón, próstata, colorrectal y piel. El objetivo fue evaluar si la actividad física después del diagnóstico se asocia con una reducción en la mortalidad global y específica por cáncer.

Los hallazgos de este metaanálisis muestran de forma concluyente que la actividad física posterior al diagnóstico de cáncer está significativamente asociada con una mejora en la supervivencia, tanto global como específica por cáncer, en la mayoría de los tipos estudiados.

Se postulan varios mecanismos que explican esta relación. La actividad física actúa sobre múltiples marcas del envejecimiento y del cáncer. Por ejemplo:

  • Inflamación crónica: el ejercicio reduce la expresión de citoquinas proinflamatorias como IL-6 y TNF-α, al tiempo que promueve mediadores antiinflamatorios.
  • Función mitocondrial: se mejora la eficiencia energética celular, se reduce el estrés oxidativo y se activan vías antioxidantes (como Nrf2).
  • Vigilancia inmunológica: se ha observado un aumento de la actividad de células NK (natural killer) y linfocitos T infiltrantes, fundamentales en la eliminación de células tumorales.
  • Estabilidad genómica: el ejercicio ayuda a preservar la longitud de los telómeros y reduce el daño al ADN.
  • Regulación epigenética: emergen datos que indican que el ejercicio puede modular la expresión génica, favoreciendo patrones asociados a la supresión tumoral y al envejecimiento saludable.

Estos resultados refuerzan la necesidad de incorporar recomendaciones de ejercicio físico como parte de los planes de atención al paciente oncológico. El ejercicio podría complementar los tratamientos convencionales, mejorando su eficacia y reduciendo efectos adversos. Por tanto, debería ser considerado no solo como una herramienta de rehabilitación, sino como un componente central del tratamiento.

Los beneficios fueron más marcados en cáncer de mama y próstata, probablemente por la implicación de vías hormonales y metabólicas sensibles al ejercicio. También se observaron mejoras significativas en cáncer de pulmón y colorrectal. En el caso del cáncer de piel, los resultados no fueron estadísticamente significativos, pero sí sugieren una tendencia beneficiosa que requiere mayor investigación debido al número limitado de estudios disponibles.

Aunque los beneficios del ejercicio son claros, su implementación en pacientes con cáncer puede verse dificultada por síntomas como fatiga, caquexia, dolor o efectos secundarios del tratamiento. No obstante, la evidencia indica que incluso niveles bajos o moderados de actividad física, adaptados a la condición del paciente, pueden aportar beneficios.

Esto enfatiza la importancia de enfoques multidisciplinarios que incluyan a fisioterapeutas, oncólogos, especialistas en ejercicio y rehabilitación. Estos equipos pueden diseñar planes personalizados de actividad física teniendo en cuenta el tipo de cáncer, la etapa de la enfermedad y el tratamiento recibido.

Futuras investigaciones deberían:

  • Establecer protocolos estandarizados de evaluación de la actividad física.
  • Determinar el tipo, duración e intensidad de ejercicio más eficaces según cada cáncer.
  • Explorar los beneficios del entrenamiento de fuerza y programas combinados.
  • Identificar las barreras a la adherencia y estrategias para superarlas en contextos clínicos reales.

Conclusión

La actividad física posterior al diagnóstico se asocia con una reducción significativa en la mortalidad en cáncer de mama, pulmón, próstata y colorrectal. Aunque en cáncer de piel los resultados son menos concluyentes, existe una tendencia positiva. Los beneficios probablemente se deben a los efectos del ejercicio sobre los mecanismos biológicos del envejecimiento y del cáncer, lo que refuerza su valor como intervención complementaria.

Se concluye que el ejercicio debe ser integrado en los planes de atención oncológica como un componente esencial, personalizado y supervisado, con el potencial de mejorar no solo la supervivencia, sino también la calidad de vida y la tolerancia a los tratamientos.

Acceso libre al artículo original en: http://www.fisiologiadelejercicio.com/wp-content/uploads/2025/04/Exercise-and-survival-benefit-in-cancer.pdf

Referencia completa:

Ungvari Z, Fekete M, Varga P, Munkácsy G, Fekete JT, Lehoczki A, Buda A, Kiss C, Ungvari A, Győrffy B. Exercise and survival benefit in cancer patients: evidence from a comprehensive meta-analysis. Geroscience. 2025 Apr 12. doi: 10.1007/s11357-025-01647-0.

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