Inflamación y depresión: influencia del ejercicio

Carrera-Bastos P, Bottino B, Stults-Kolehmainen M, Schuch FB, Mata-Ordoñez F, Müller PT, Blanco JR, Boullosa D. Inflammation and depression: an evolutionary framework for the role of physical activity and exercise. Front Psychol. 2025 May 29;16:1554062. doi: 10.3389/fpsyg.2025.1554062.
El trastorno depresivo mayor (MDD) es un problema de salud pública de gran magnitud, que afecta al 5% de la población mundial y cuya prevalencia sigue en aumento. Aunque los factores psicológicos y ambientales desempeñan un papel importante en su desarrollo, investigaciones recientes destacan el papel central de los mecanismos biológicos, en particular la inflamación crónica de bajo grado (SLGCI), como contribuyente clave al inicio y mantenimiento del MDD.
La inflamación es una respuesta biológica evolutivamente conservada y necesaria para restaurar la homeostasis tras una agresión. Sin embargo, cuando no se resuelve adecuadamente, se convierte en una inflamación crónica leve que puede afectar negativamente a diversos órganos, incluido el cerebro. Esta SLGCI está relacionada con factores del estilo de vida moderno —como el sedentarismo, la dieta poco saludable, la falta de sueño y el estrés psicosocial—, todos ellos relativamente recientes en términos evolutivos. Por tanto, el artículo propone que muchas enfermedades “modernas”, incluida la depresión, reflejan un desajuste entre nuestra biología ancestral y nuestro entorno actual.
Desde una perspectiva evolutiva, los seres humanos evolucionaron en un entorno que exigía altos niveles de actividad física (PA), mientras que los estilos de vida modernos favorecen la inactividad. Esta discrepancia podría ser una causa importante de SLGCI y, en consecuencia, de depresión. En este contexto, la actividad física y el ejercicio pueden ofrecer una herramienta terapéutica eficaz para prevenir y tratar la depresión al modular la inflamación sistémica y neuroinflamación.
Inflamación y depresión: una perspectiva evolutiva
La inflamación crónica y persistente no es un estado fisiológico evolutivamente normal. Las poblaciones tradicionales, como los horticultores de Papúa Nueva Guinea o los shuar del Amazonas, muestran niveles extremadamente bajos de proteínas inflamatorias como la PCR, a pesar de la exposición constante a infecciones. Estos hallazgos apoyan la hipótesis del desajuste evolutivo: nuestros cuerpos están preparados para responder a amenazas agudas, no para estar crónicamente inflamados debido a la vida moderna.
La SLGCI, al perpetuarse, desencadena alteraciones en el sistema nervioso central (neuroinflamación), fundamentalmente a través de la activación de la microglía. Esta activación induce la liberación de citoquinas proinflamatorias como TNF-α, IL-1β e IL-6, que alteran la neurotransmisión, la plasticidad sináptica y aumentan la permeabilidad de la barrera hematoencefálica. Se genera así un entorno cerebral tóxico, con mayor estrés oxidativo y disfunción de las redes cerebrales implicadas en la regulación del ánimo, como el eje fronto-límbico.
Además, estas citoquinas afectan al metabolismo del triptófano, desviándolo de la síntesis de serotonina hacia la vía del ácido quinolínico, un neurotóxico que potencia la excitotoxicidad glutamatérgica. También se reduce la disponibilidad de BDNF, una neurotrofina esencial para la neurogénesis y la resiliencia neuronal, lo que agrava la sintomatología depresiva.
Evidencia del vínculo entre inflamación y depresión
Hay múltiples líneas de evidencia del vínculo entre inflamación y depresión: modelos animales, estudios epidemiológicos, análisis de randomización mendeliana y ensayos clínicos controlados. Todos ellos apuntan a un vínculo claro entre inflamación y depresión. Los niveles elevados de biomarcadores inflamatorios se correlacionan con mayor riesgo de depresión y peor respuesta al tratamiento antidepresivo convencional.
Por otro lado, los tratamientos antiinflamatorios (como los ácidos grasos omega-3, los antagonistas de citoquinas y los AINEs) han demostrado ser eficaces en la reducción de síntomas depresivos, reforzando aún más la hipótesis inflamatoria de la depresión.
Actividad física, inflamación y salud mental
La práctica regular de actividad física se asocia de forma inversa con la presencia de depresión. Las personas con MDD son menos activas que la población general y presentan mayores niveles de sedentarismo. En cambio, quienes realizan ejercicio regularmente tienen menor riesgo de desarrollar depresión, y los programas de ejercicio han demostrado ser eficaces en su tratamiento.
El ejercicio induce una respuesta inflamatoria aguda seguida de una fase antiinflamatoria compensatoria, que, con la repetición, produce adaptaciones duraderas que reducen la inflamación sistémica. Estas adaptaciones incluyen una mejor función mitocondrial, mayor liberación de exerkinas (como la IL-6 con función antiinflamatoria), y modulación de las células inmunes. Tanto el entrenamiento aeróbico como el de fuerza han demostrado reducir los biomarcadores inflamatorios y mejorar la plasticidad cerebral.
Aunque los estudios específicos sobre el impacto del ejercicio en la inflamación en pacientes con MDD son limitados y los resultados heterogéneos, existe evidencia suficiente para afirmar que el ejercicio regular, adaptado e individualizado, es una herramienta útil en la gestión de la depresión, probablemente a través de mecanismos inmunomoduladores.
El lado oscuro del ejercicio: sobreentrenamiento y síntomas depresivos
También se advierte sobre los riesgos del ejercicio excesivo, especialmente en atletas o personas con dependencia al ejercicio. Cuando no se respetan los periodos de recuperación, pueden aparecer síntomas depresivos similares al burnout o síndrome de sobreentrenamiento (OTS). Estos estados se caracterizan por fatiga persistente, alteraciones del ánimo y disminución del rendimiento, y comparten mecanismos fisiopatológicos con la depresión, como la disfunción inmunitaria, la alteración del sueño y el estrés crónico.
Por ello, se subraya la importancia de la individualización del entrenamiento, la recuperación adecuada y el abordaje integral del estrés físico y emocional.
Un marco evolutivo para prescribir ejercicio en MDD
Los autores proponen que la prescripción de ejercicio en MDD se inspire en los patrones de actividad física de nuestros ancestros: movimientos diarios de baja a moderada intensidad (caminar, cargar objetos, interactuar socialmente) combinados con picos esporádicos de alta intensidad (caza, huida, juego vigoroso). Este patrón es mucho más compatible con nuestra biología que el estilo sedentario actual interrumpido por sesiones aisladas de ejercicio.
Además, recomiendan priorizar entornos naturales y actividades con componente social, ya que estos elementos mejoran el bienestar emocional, el cumplimiento del ejercicio y potencian sus beneficios antiinflamatorios.
En cuanto a objetivos terapéuticos, destacan dos: (1) mejorar componentes de la aptitud física (resistencia cardiorrespiratoria y fuerza muscular), y (2) reducir la grasa visceral, dado su papel clave en la inflamación crónica. Se menciona también el potencial papel del tejido adiposo marrón (BAT) en la regulación inflamatoria, aunque los estudios en humanos aún son escasos.
Consideraciones finales y futuras direcciones
El modelo evolutivo propuesto en el artículo es prometedor, pero debe ser validado mediante ensayos clínicos bien diseñados. Aunque el alineamiento con patrones ancestrales es teóricamente sólido, la variabilidad individual y las limitaciones del estilo de vida moderno requieren intervenciones realistas y sostenibles.
Los autores concluyen que el ejercicio no debe entenderse como una simple “píldora antidepresiva”, sino como parte de un enfoque holístico que incluya mejora del sueño, alimentación saludable, manejo del estrés y apoyo social. Esta perspectiva integradora puede ser clave para reducir la carga global del MDD.
Acceso libre al artículo original en: https://www.fisiologiadelejercicio.com/wp-content/uploads/2025/06/fpsyg-1-1554062-1.pdf