todo para el pueblo, pero sin el pueblo

Han pasado muchas cosas en los últimos diez años, desde que Netflix pisara España por primera vez y cambiara la manera en la que entendemos la televisión. Desde entonces ha habido cientos de series y películas que han dado muchísimo que hablar (de hecho, para qué negarlo, algunas son obras maestras de la historia de la televisión). Y, con sus más y sus menos, es un cumpleaños que merece la pena celebrar, aunque solo sea como parte inevitable de la cultura pop. Así que me decidí a ir a la celebración masiva que el streamer había organizado en Madrid con un concierto para 5000 personas… que acabó aguado por las ansias continuas de sacar músculo a base de famoseo barato.
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¡Más famosos, es la guerra!
Puede que si vives fuera de Madrid no te hayas enterado, pero Netflix cerró ayer la Calle Alcalá, desde el Ayuntamiento hasta la Puerta de Alcalá, para celebrar su décimo aniversario por todo lo alto, invitando a los más rápidos a ver un concierto plagado de supuestas sorpresas y mucho, muchísimo famoseo. Sorpresas hubo, desde luego: la gente de a pie estuvimos dos horas al sol, de pie y sin poder ver el escenario, tapado por una gigantesca torre con una televisión que mostraba lo que estaba justo detrás. Básicamente nos juntamos en el centro de Madrid para ver la tele. Muy propio.
No dejes que en TikTok o Instagram, donde cada uno construye expectativas a los que no fueron con su propia narrativa, te cuenten lo que no fue, porque Netflix demostró su verdadera cara casi sin quererlo al dividir al público en tres tipos diferentes. Por un lado, los 800 famosos, que tras hacer las fotos de rigor y pasear por la alfombra roja (saludando a los pocos que tuvieron la suerte de asegurarse un sitio en la valla lateral), tenían acceso al escenario en una zona VIP que tan solo ellos fueron capaces de ver y disfrutar. Bueno, «disfrutar». Luego ahondamos en esto.
Por otro lado, los amigos y trabajadores de la empresa, que tuvieron su propio lugar, lejos de las aglomeraciones pero también del escenario -¡ah, se siente, haber nacido famoso!-. Finalmente, las 5000 personas invitadas de una u otra manera, que, cual gigantesco rebaño de ovejas, nos mantuvimos tres horas encerrados, a merced del sol y sin poder acercarnos a la zona del concierto en sí. Netflix pretendía que en cada imagen que saliera del evento viéramos caras conocidas, y es muy lícito. Pero, en ese caso, no hace falta que invites a miles de personas a pasar calor y fingir que lo haces por ellos. Sobre el papel, es un regalo para el populacho. A la hora de la verdad, se trató de una veneración absoluta y absurda a la figura del famoso. Dice mucho sobre la deriva de su ADN como empresa los últimos años.
El Fyre Festival de lo cutre
¿Cuál es el problema de darle algo excepcional a un grupo de famosos acostumbrados a los saraos y en los que la excepcionalidad es su rutina? Efectivamente, que les va a dar absolutamente igual. Por las pantallas podíamos ver cómo en la zona VIP nadie saltaba, cantaba ni se emocionaba. Al contrario: Rossy De Palma miraba el móvil en medio de una canción de Dani Fernández, Jaime Lorente charlaba durante la versión de Kate Bush (y de ‘Stranger Things’) al estilo de Rigoberta Bandini y Úrsula Corberó pasaba de lo que estuviera pasando en el escenario. El resultado fue ridículo y sin alma, pero, al mismo tiempo, el que se merecían por quitar el protagonismo al público y dárselo a los famosos de turno.


Tras esta pantalla, la zona de famosos que sí podían ver el escenario
Ayer, Netflix quiso darse un baño de masas, pero al mismo tiempo agasajar a las caras conocidas que iban a salir en prensa al día siguiente: hacer un gran movimiento promocional e implicar al público, solo para ignorarles y poner todos los ojos en las celebrities patrias, de Belén Esteban a Clara Lago. Y todo no puede ser. Tapar conscientemente la vista del escenario para el público de a pie, condenado a mirar una pantalla, es un error absolutamente garrafal de una empresa que ha llegado donde está porque millones de personas pagan su cuota, no por tener un buen puñado de famosetes en cartera. Famosetes que, por supuesto, no fueron conscientes en absoluto de su privilegio, porque formaba parte de su día a día. Este fue su reservado particular, donde el público era una simple molestia con la que sacarse fotos y firmar autógrafos y el concierto un extra que tener de fondo mientras hacían networking y stories para Instagram fingiendo pasárselo en grande.
El concierto en sí, todo sea dicho, estuvo espectacularmente realizado en directo y contó con una impresionante actuación de Amaia (dejando boquiabierto al público con su versión de ‘Ay, Paquita’), un momento sorpresa con la aparición de Yurena y su ‘No cambié’ y momentazos de Rigoberta Bandini, Omar Montes, Dani Fernández, Pablo Alborán o Ralphie Choo, entre otros, además de coreografías de ‘El juego del calamar’ y ‘Miércoles’. Ninguna queja en ese aspecto: Netflix supo dar espectáculo. El problema es que lo habríamos disfrutado más desde casa, con ventilador y sentados: ver una televisión es algo que podemos hacer en cualquier lado.


Cumpleaños ¿feliz?
El cumpleaños de Netflix habría sido una posibilidad increíble de hacer que el público se sintiese protagonista. Sin embargo, por algún motivo, pensaron que era mejor hacer que personas privilegiadas lo fueran aún más, sin ser conscientes de que no iban a apreciarlo. En el fondo, eso sí, no es tan sorprendente: como buen medio generalista que es, lleva años centrándose más en el bienestar del celebrity de turno, ahogados en la adoración a la estrella (que muchas veces ellos mismos han creado), que en el de su público, al que regala las migajas. En este caso, hacer dos fiestas alternativas, una para el populacho y otra para la jet set, habría sido una estupenda decisión.
Sin embargo, creyeron que 5000 personas estaban deseando ver la llegada escalonada de famosos, a 31 grados, durante casi dos horas, solo para tener como premio una retransmisión en directo de algo que estaba pasando justo detrás. Sé que hay gente pensando que si es gratis no deberíamos quejarnos, pero hay que tener en cuenta que la presencia de miles de personas (que, por supuesto, nunca van a contar en redes sociales la parte del agobio y la decepción por no poder ver a los artistas) le ha dado una perfecta publicidad a Netflix, que produce glamour y refuerza su imagen de marca, especialmente para los muchos que ni siquiera pudieron asistir pero han disfrutado en redes con los momentazos del concierto (como Los Javis insinuando la temporada 4 de ‘Paquita Salas’).
Al final, la botellita de agua y el pai-pai de cartón que nos dieron a la entrada supo a choteo -ni siquiera a precio de consolación- por tenernos como sardinas en lata durante tres horas viendo una televisión (del desastroso pre-show es mejor ni hablar) rindiendo culto a personas totalmente desligadas de la normalidad. Para Netflix, esta fue la idea de darlo todo por el pueblo: hacerlo sin tener en cuenta el bienestar del pueblo.
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